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Casos de víctimas de la tecnoadicción

El caso de Beatriz valera

Beatriz teniendo 19 años, ya era tecnoadicta. Los primeros síntomas de su adicción aparecieron a los 16: pasaba el día sin compañía, sola con el ordenador y el móvil. Empezó a suspender asignaturas y a descuidar a los amigos y la familia. Sus padres se preocuparon al darse cuenta de que nunca salía y solo hablaba de gente a la que conocía a través de la Red. “A mí no me parecía tan raro, es una forma como otra cualquiera de hacer amigos", ella mencionó. La dependencia patológica de Beatriz Valera se tradujo en cambios de humor, aislamiento y una mala relación con sus padres. Sus progenitores intentaron alejarla de las redes y empezaron a castigarla sin utilizar pantallas (móvil, tableta u ordenador). Estos castigos agravaron la adicción de Beatriz, que al final derivó en una depresión y en problemas graves de ansiedad por no poder conectarse a Internet”. El caso de Beatriz fue un caso serio, al principio ella no pensó que sería una tecnoadicta, sin embargo, iba presentando síntomas que mostraban que ya había caído en el problema. Se relacionaba cada vez peor con sus padres, y ellos, le prohibieron usar su celular, lo que le causó depresión y ansiedad. Yo creo que este caso fue muy grave, y que sus padres en vez de quitarle directamente el celular, le hubiesen puesto horarios. Creo que debemos estar conscientes de nuestros actos para no caer en problemas serios y que debería haber un control por parte de uno mismo. Felizmente, ella fue al psicólogo y ya todo está solucionándose.

El caso de Joel

Los videojuegos en Nintendo o Play Station llamaron la atención de Joel (19) a los 12 años; pero fueron los juegos en red –principalmente de estrategia porque le gustaba competir con otras personas- los que lo aprisionaron desde la secundaria. Ahí conoció a los famosos “Rakion”, “Gun Bound” y “Wolf Team” gracias al incentivo de un amigo.

“‘Qué tal si vamos a una cabina de Internet y te reto’ […] Y yo me acuerdo que me ganó; pero yo me quedé con esa iniciativa. Oye, me ganó; pero por qué, si yo le puedo ganar. A la segunda vez que fui, no me quedé atrás. Pude agarrar un poco más de ventaja y le gané. Yo me acuerdo que ese juego se llamaba ‘Counter Strike’”, recuerda el joven en diálogo con elcomercio.pe.

Así empezó su camino llegando a jugar más de cinco horas por día y hasta desvelándose. Como no tenía Internet en casa –“felizmente”-, iba a la de su primo adueñándose prácticamente de su computadora. Y aunque asegura que nunca cogió dinero ajeno para lo que se convirtió en su vicio, confiesa que sí se sentía frustrado cuando no tenía recursos para ir a una cabina pública.

“Por ejemplo, saliendo del colegio, tenía que ir a almorzar a casa y no iba. Mi mamá se preocupaba, me llamaba al celular, yo lo apagaba. Llegaba a mentir. Decía ‘sí, estoy en el colegio, estoy en la biblioteca, haciendo unos trabajos’ cuando estaba metido jugando un juego en red, porque estaba en un concurso”, añade. Justamente, ganaba competencias y de ahí obtenía dinero.

Pero a los 15 años se empezó a dar cuenta de que algo andaba mal y “a iniciativa propia” buscó ayuda. Hoy, Joel lleva dos meses de tratamiento ambulatorio en el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi, en donde dice sentirse bien y consciente de que tiene que abocarse más a su progreso como persona. Es más, el joven que trabajó como barman y estudia inglés confiesa: “Hace ya más de seis meses que no juego”.

Los juegos en red le empezaron a gustar a Eduardo luego de acompañar a un amigo a jugar y desde entonces se empezó a sentir a gusto en ese “otro mundo”. Aunque hay un trascendental ingrediente más: “Comencé, porque me sentía un poco solo y ahí encontré como otro mundo. Me pareció divertido y comencé a preguntar, y me gustó”.

Por entonces, a los 13 años, él había dejado de vivir con sus padres y fue recibido en la casa de sus tíos. Se alejó también de sus dos hermanos. Comenzó jugando dos horas y media en promedio; pero tres años más tarde se pasaba hasta 10 horas diarias en las cabinas.

“A veces, como estaba en el colegio, les mentía, como que los manipulaba. Les decía tengo que pagar tal (cosa). O a veces me prestaba de amigos. O en el colegio, como yo era bueno en cartas, jugábamos casino y hacíamos apuestas, y ganaba. De ahí salía para financiar mis juegos, para ir a Internet”, señala.

Fue hasta el año pasado que continuó con esa rutina, dejando la academia en donde se preparaba para la universidad y luego sus estudios de ensamblaje de computadoras. Pero uno de esos días, tras una larga conversación con su tía, empezó el camino del cambio. Se trata en el mismo nosocomio que Joel desde hace 6 meses, tiempo en el que ya no ha vuelto a jugar.

“Sí, he cambiado. Me he dado cuenta que estando limpio puede hacer uno muchas cosas, porque antes yo me limitaba solo al juego, a almorzar y a dormir. Puedo hacer muchas cosas. He estado en natación, en fútbol, leo, juego con mis primos, converso, infinidad de cosas que hago”, dice entusiasta advirtiendo que dejó atrás su introversión y que ha recuperado confianza en sí mismo.

El caso de Eduardo

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